lunes, 2 de mayo de 2011
LA MUSICA Y LA MASONERIA
La música es el arte de producir y combinar sonidos acordes de todos
los elementos de creación sonora: instrumentos, ritmos, sonoridades,
timbres, tonos, organizaciones seriales, melodías, armonías, etc., En
su sentido más primigenio, es el arte de producir y de combinar los
sonidos de una manera tan agradable al oído, que sus modulaciones
conmueven el alma.
En todas las civilizaciones, la música cobra un papel importante en
los actos más relevantes, social o personalmente, donde ejerce un
papel mediador entre lo diferenciado (material) y lo indiferenciado
(la voluntad pura), o entre lo intelectual y lo espiritual. Por ello
cobra especial importancia en las ceremonias rituales, además de por
su capacidad de promover las emociones. La música representa el
equilibrio y orden; es un lenguaje universal.
En la Masonería, la música representa una de las siete artes
liberales, simbolizando la armonía del mundo y especialmente la que
debe existir entre los masones. A través de la belleza de los sonidos
y de la armonía de los ritmos se llega a la sabiduría del silencio. La
música es el arte de organizar los sonidos. Todo arte consiste en
organizar un material de acuerdo con las «Leyes» y un propósito. La
música es, en ella misma y por esencia, una masonería, una
construcción de carácter iniciático. Los elementos que la componen no
son los sonidos, piedras brutas, sino las notas, piedras talladas. Los
tres parámetros que precisa la talla de la piedra, la precisa el
sonido:
La Fuerza, que reside en la densidad.
La Sabiduría, en su «tempo» o longitud.
La Belleza, en su altura o frecuencia.
Las piedras justas y perfectas del edificio musical deben ser
ensambladas: la música es una construcción, una arquitectura, un «arte
real» que nos revela las leyes universales de la «Gran Obra» que
podemos organizar en tres etapas.
El Silencio, vacío necesario antes de la manifestación, es el estado
de aprendizaje. El Sonido, la manifestación, la toma de conciencia, el
despertar del compañero. La Melodía, la organización del sonido por el
maestro.
Se puede encontrar otra analogía en tres etapas, entre el método de
formación del músico y del masón:
El Aprendiz: Estudia la música en sí mismo (canta). Aprende a
descodificar unos símbolos o signos (solfeo) y escoge su/s instrumento/
s. Para ello precisa de un maestro o instructor.
El Compañero: Alcanza la soltura en la interpretación de los signos y
en la utilización de su/s instrumento/s. Colabora con otros compañeros
en el canto y en la interpretación (polifonía, conjuntos
instrumentales). Estudia la historia, los estilos y a los grandes
maestros. En esta etapa el compañero entra en un proceso de auto-
formación.
El Maestro: Su tarea es alcanzar una interpretación personal, una
vivencia que haga posible la transmisión de la obra. El maestro
trabaja en soledad, pero precisa de un aprendiz, del cual aprende todo
lo necesario para alcanzar la auténtica maestría. Con esta relación se
cierra el ciclo.
La música en la Logia esta representada por la Columna de Armonía que
es el conjunto instrumental o reproductor musical destinado a la
ejecución de la música masónica en el curso de las ceremonias
rituales.
En las logias, hasta que en el siglo XVIII empezaron a introducirse
instrumentos de cuerda, trompetas y tambores, sólo se empleaban voces.
La designación de «Columna de Armonía» aparece a finales del reinado
de Luis XV para referirse al conjunto de instrumentos que sonaban en
las ceremonias, que contaba con un máximo de siete instrumentistas: 2
clarinetes, 2 cuernos, 2 fagots y 1 tambor. Luego, la competencia
entre las logias por contar con los más virtuosos instrumentistas
originó que se admitiesen en las mismas músicos, que exentos de
cotización alguna prestaban estos servicios (aunque sólo podían
aspirar al grado de Maestro), y componían obras para las diferentes
ceremonias masónicas (tenidas, banquetes, fúnebres, iniciaciones,
etc.); estos hermanos artistas tenían el mismo derecho al voto que el
resto de los hermanos y en las grandes ceremonias, celebraciones y
banquetes estaban obligados a contribuir con su arte.
La Columna de Armonía tiene como misión aportar un complemento al
ritual, por lo tanto es una música funcional, cuyo valor no depende en
primer lugar de su valor intrínseco, sino de su adecuación al destino
que se le asigna.
Quizá la más alta representación de la música masónica corresponda a
W. A. Mozart, quien fue iniciado como aprendiz masón el 14 de
diciembre de 1784 en la logia La Esperanza Coronada y con este motivo
se interpretó en la logia su cantata «A ti alma del Universo, OH
Sol» (K. 429) en la que el aria del tenor es un himno al sol y a la
luz; cantata doblemente adaptada a la celebración de la gran fiesta
masónica de San Juan del verano (más conocida como del solsticio de
verano) y punto culminante del año masónico; y que encaja igualmente
en la ceremonia de iniciación del primer grado masónico, cuando el
aprendiz, después de haber sufrido las pruebas simbólicas, recibe la
luz.
Agradecido y apasionado por su Logia, compuso para ella los más
notables cantos, en los que no se limitó a expresar de una manera
sencilla y bella el sentido de las palabras, sino que dio a las notas
todo el calor de su fantasía, todas las nobles y levantadas
aspiraciones de un alma conmovida por lo bueno y lo bello y ardiendo
de amor por la humanidad. Con motivo de la ceremonia del paso de su
padre al grado de compañero, puso música a un poema de Joseph Von
Ratschky, «El viaje del compañero» (K 468) para canto y acompañamiento
de piano.
Unos meses antes de acceder al tercer grado de la masonería, asistió
el 11 de febrero de 1785, en la logia vienesa «La verdadera
concordia», a la iniciación masónica de su amigo Joseph Haydn en el
grado de aprendiz, y a quien Mozart, con este motivo, dedicó los «Seis
cuartetos de cuerda».
Poco antes de la doble investidura que Mozart y su padre recibieron el
2 de abril de 1785 como maestros masones en la logia vienesa «La
esperanza coronada», compuso para esta logia dos de sus más
importantes composiciones masónicas: «La alegría masónica, (K 471) y
la «Música fúnebre masónica» (K 477).
En 1786, con motivo de una reorganización de las logias vienesas
ordenada por el emperador José II, Mozart compuso para su logia «La
nueva esperanza coronada» dos cantatas masónicas: «Para la apertura de
la logia» (K 483) y «Para la clausura de la logia» (K 484).
Nos encontramos todavía con tres obras de Mozart ligadas a la
masonería, y en las que descubrimos a Mozart comprometido con la
libertad y con los ideales de la Revolución Francesa, especialmente en
«Vosotros los que honráis al Creador del Universo infinito» (K 619),
que es un mensaje dirigido a la juventud alemana en el momento en que
componía la ópera de la fraternidad universal. Las otras dos
composiciones estrictamente masónicas a las que Mozart puso música
fueron una pequeña cantata masónica, «Elogio de la amistad» (K 623),
fechada en Viena el 15 de noviembre de 1789), y «Enlacemos nuestras
manos» (K 623a) y que se canta constituyendo la cadena de unión.
Su obra póstuma, su canto de cisne, fue la que tituló «Pequeña Cantata
Masónica», cuya audición dio en una tenida de su logia, dirigiendo él
mismo la audición, dos días antes de sentirse atacado por la
enfermedad misteriosa que le condujo al sepulcro.
Resulta emocionante ver a Mozart en el umbral de la muerte,
olvidándose de sí y de su angustia física, cantando la fraternidad
unida en el trabajo, y la presencia de la luz en el ímpetu y en el
calor de la esperanza. Tres semanas más tarde, fallecía.
Una relación de músicos o músicas inspiradas por los ideales masónicos
sería inacabable, pero quizás los más representativos sean: J. Haydn,
I. S. Bach, L. W. Beethoven y F. Liszt.
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