martes, 10 de mayo de 2011
Historia ignorada
La historia oculta de la masonería
Para los historiadores, la masonería nació en 1717 gracias a los
pastores protestantes ingleses James Anderson y J. T. Desaguliers,
pero es lógico que sus ritos y creencias estuvieran inspiradas en
creencias muy anteriores cuyos orígenes siguen en disputa ¿Proceden
acaso de los Antiguos Misterios Paganos, del templo del Rey Salomón,
de los Templarios o de los Masones Operativos de la Edad Media?
En el Museo Británico se conservan dos de los documentos masónicos más
antiguos que se conocen. Parecen remontarse a 1390 y 1450
respectivamente. El primero recibe el nombre de Manuscrito Regius, y
el segundo es llamado Manuscrito Matthew Cooke. Tiene dos partes,
conocidas como «la Historia» y «los Cargos Antiguos», que formaban
parte de las Regulaciones generales masónicas compiladas en 1720, y
que James Anderson utilizó también como material de referencia en sus
Constituciones tres años antes. En el mejor de los casos, entonces,
las primeras menciones masónicas datan del siglo XIV. ¿Es esa la
antigüedad de la poderosa sociedad o existe un origen anterior, mítico
y misterioso?
Estética salomónica
El ocultista pionero Eliphas Levi nos recuerda una leyenda masónica
que relaciona los orígenes de esta institución con un manuscrito del
siglo VIII sobre la construcción del templo de Salomón y su arquitecto
Hiram Abiff.
El mítico templo era un auténtico tratado de geometría que reproducía
en sus estructuras simbólicas los diferentes planos o niveles del
cosmos. Su verdadera importancia es más bien alegórica. Así, esta
construcción no sería más que una reproducción de la bóveda celeste
donde el Sol es el rey y el altar apuntaría a la constelación de
Aries. Algo que queda patente en la Epístola a los hebreos (9,24)
cuando dice que «no entró Cristo en un santuario hecho por la mano del
hombre, imagen del verdadero, sino en el cielo mismo».
Aún hoy, la decoración de las logias masónicas representa en su techo
la bóveda celeste y, a su alrededor están los signos del zodiaco.
La Biblia dice que para la construcción del templo de Jerusalén fueron
necesarios 153.300 trabajadores, divididos jerárquicamente en tres
grados: 70.000 aprendices, 80.000 oficiales o compañeros y 3.300
maestros. Asegura la leyenda que se reconocían entre sí por medio de
palabras secretas, señales y toques, diferentes para cada categoría.
Según la tradición masónica, Hiram completó la construcción del templo
en siete años y, después, fue asesinado a golpes. «Cuando la
construcción del templo de Salomón llegaba a su fin –explica a AÑO/
CERO el erudito masónico Mario Pérez Ruiz–, tres compañeros desearon
conocer los secretos de los maestros y así disfrutar de ese grado y al
no conocer la palabra secreta asesinaron a golpes a Hiram Abiff».
Los asesinos enterraron el cadáver lejos de Jerusalén y Salomón ordenó
que nueve maestros lo buscaran… Y lo hallaron. Para reconocer el lugar
donde fue sepultado plantaron allí una rama de acacia.
El relato de la muerte de Hiram guarda relación simbólica con Osiris.
El arquitecto del templo de los judíos fue asesinado en la puerta
occidental del templo, que es donde se pone el Sol. En la mitología
egipcia los Salones del Amenti, regidos por el dios de la muerte y la
reencarnación, están situados, también, en Occidente. Osiris se
levanta de entre los muertos en el norte, que en la mitología egipcia
está regida por Leo. Hiram Abiff es levantado de entre los muertos
mediante un estrechamiento de manos masónico denominado la presa del
león. Y, finalmente, tanto en los misterios masónicos como en los
egipcios el «dios» que ha resucitado es enterrado en una colina y
señalizado con un árbol.
La entrada al templo de Salomón estaba flanqueada por dos columnas
conocidas con los nombres de Jachim y Boaz, a la guisa de los
obeliscos que hacían lo propio en los templos egipcios. Las
inscripciones que se hallan, por ejemplo, en el obelisco egipcio
situado en el Central Park de Nueva York, mostrarían símbolos
masónicos de tiempos de Tutmosis III. Lawrence Gardner asegura que
Hiram Abiff retomó la costumbre egipcia de situar pilares a la entrada
de los templos cuando situó Jachin y Boaz en el Templo de Salomón. Su
interior era hueco y estaba pensado así para salvaguardar los archivos
y los textos de las normas de los constructores.
Para los historiadores masónicos no es coincidencia: «Toda luz viene
de Oriente; toda iniciación de Egipto», dejó escrito Cagliostro,
fundador del Rito de la masonería egipcia. Hoy, el recuerdo de la luz
de Egipto sigue fascinando a muchos masones, que no dejan de soñar con
el esplendor y la perfección de las pirámides o los templos de la
civilización faraónica (ver recuadro).
Sufíes, sabeos y templarios
No obstante –nos recuerda Gérard Galtier– para la mayoría de
francmasones, la Tierra Santa es la de Jerusalén y lo que convendría
reconstruir es el templo de esa ciudad.
Y es que, en efecto, Salomón guarda la llave que permite abrir los
secretos de la moderna francmasonería. Ya desde el siglo XVIII, varios
autores sugirieron que el origen de la masonería había que buscarlo en
los templarios. Según las teorías de estos estudiosos, esta
fraternidad de monjes-guerreros fundada en 1118 habría permanecido
encerrada nueve años en el templo de los judíos y tras una rápida
expansión por Europa habría sido responsable de la financiación de
buena parte de las catedrales góticas. ¿Acaso el movimiento masónico
tomó su iniciativa de los templarios?
El célebre escritor Robert Graves deduce que la masonería fue
introducida en Europa, y concretamente en Escocia, bajo la apariencia
de un gremio de artesanos gracias a los templarios. Esta Orden habría
recuperado en Tierra Santa abundante documentación islámica y judía,
de ahí que algunos especialistas perciban en las enseñanzas masónicas
cierta influencia sufí.
El traductor de las Mil y una noches, Sir Richard Burton, definió al
sufismo como el pariente oriental de la masonería. Más lejos llega
Idries Shah al concluir que «Boaz» y Salomón no fueron israelitas sino
arquitectos sufíes. De hecho, Salomón es venerado por el Islam como un
profeta. Pero Jorge Blaschke y Santiago Río aclaran que los sufíes no
son su origen primigenio. Las raíces de sus enseñanzas radicarían en
los sabeos, una secta de artesanos y comerciantes que profesaban una
doctrina helenística atribuida a Hermes y que se concentraron en la
Alta Mesopotamia y al noroeste de Alepo entre los siglos IX y XI.
Practicaban un comunismo iniciático que propagaba un ritual de
compañerismo, un entendimiento entre cuerpos de un mismo oficio.
En su opinión, la reforma de la masonería en Londres, a principios del
siglo XVIII, cometió un grave error, ya que confundió con hebreos los
términos sarracenos, desvirtuando la antigua tradición sufí.
Constructores de catedrales
Pero la mayoría de historiadores coincide en que los inicios de la
masonería radican en las corporaciones de oficios y constructores
medievales.
«Hablamos de hombres que interpretaban en un sentido muy sutil esa
pedagogía de masas que la Iglesia pone en marcha en función de la
piedra, ese arte ilustrativo que trataba de transmitirle al pueblo lo
que no podía leer porque no sabía», explica Eduardo R. Callaey.
«Cuando ves un pórtico románico es un libro que trata de transmitir
cosas. A lo largo de la historia de la humanidad construir siempre ha
tenido una connotación sagrada porque lo que se erigían eran templos.
Lo demás no ha perdurado. Lo que ha llegado hasta nosotros es la
piedra de los zigurats, las pirámides, los grandes templos de Oriente.
Por lo tanto, siempre hubo una connotación sagrada en el oficio de
construir».
En su opinión, esa responsabilidad recayó durante el Medievo en las
órdenes monásticas y, en especial, en la benedictina (ver entrevista).
En efecto, bajo la dirección de los grandes abades aparecerán las
primeras expresiones de una arquitectura renovada que mostrará sus
posibilidades en el arte románico y estallará con toda su potencia en
el gótico. Bajo su protección encontraremos también las primeras
evidencias de una masonería primitiva, fruto de la renovación del
conocimiento y las técnicas de la construcción.
Los benedictinos primero y más tarde los cistercienses, dominarán la
construcción. Cada convento es una colonia donde, además de dedicarse
a la práctica de la piedad, se estudian las lenguas, la teología y la
filosofía, se ocupan activamente de la agricultura y se ejercitan y
enseñan todos los oficios… Los abades trazan los planos y dirigen su
construcción, estableciendo de este modo una corriente de inteligencia
entre los conventos.
Si Callaey está en lo cierto, la espiritualidad de Occidente subyace
en las raíces del esoterismo judeocristiano y el trabajo iniciático de
refinar la «piedra bruta» –símbolo central de la doctrina masónica–
encuentra un antecedente directo en la acción de «cuadrar la piedra»,
planteada por los grandes maestros benedictinos como alegoría de la
construcción del «hombre espiritual», apto para la tarea de erigir
sobre la Tierra el reflejo de la Ciudad Sagrada, la mítica Jerusalén
Celeste. Esto no deja de ser una tremenda ironía a la luz de la
actitud combativa que siempre ha demostrado la Iglesia frente a la
masonería.
Para demostrarlo, el historiador argentino esgrime fuentes de época y
escritos históricos, como un manuscrito de Wilhelm de Hirsau, uno de
los más grandes abades constructores de la Orden Benedictina en el
siglo XI, en el que se hace referencia al mandil y a su profunda
significación.
Xavier Casinos asegura que los masones gozaban además de privilegios
que no tenían otros artesanos, como la libertad o franquicia de
trasladarse de un lugar a otro para realizar su trabajo. Por eso se
les llamaba también francmasones o freemasons (albañiles libres). Esa
movilidad, en cualquier caso, dio lugar a los signos secretos, con
objeto de reconocerse entre sí cuando acudían a una nueva
construcción.
Durante el siglo XVII tuvo lugar el proceso de transición que llevó a
los gremios de constructores a convertirse en la masonería tal y como
la conocemos en la actualidad. Es decir, abandonó su operatividad para
transformarse en una sociedad filosófica que mantenía buena parte de
la simbología medieval, como el compás, la escuadra, el mandil y la
plomada. Con el nacimiento de esta masonería especulativa sus miembros
ya no deberán construir una catedral, sino una humanidad mejor a
partir del templo interior de cada masón.
El caballero Ramsay introdujo la «hipótesis templaria», más adecuada
para la nobleza del siglo XVIII que el carácter burgués de las
Corporaciones de Oficio, y dio nacimiento al sistema conocido hoy como
Rito Escocés Antiguo y Aceptado. A partir de entonces, se introdujo un
nuevo elemento de controversia entre quienes abrazaron el origen
templario de la institución como fundamento histórico de la Orden y
quienes intentaron sostener su origen en los constructores de
catedrales.
Rosslyn y el secreto de los masones escoceses
Esta discusión, que ya lleva más de dos siglos, se ha visto
incentivada en los últimos años con la aparición de numerosos libros,
tanto históricos como debidos a los defensores de este origen
templario de la Masonería. Muchos creen haber encontrado en la capilla
de Rosslyn el nexo definitivo que uniría el destino de la Orden del
Temple y los maestros canteros.
Según los escritores británicos Christopher Knight y Robert Lomas, el
punto de partida de la francmasonería hay que buscarlo aquí, porque
los miembros de la familia Saint Clair de Rosslyn se convirtieron en
los Grandes Maestres hereditarios de las Artes, Gremios y órdenes de
Escocia y ostentaron el cargo de Maestre de los Masones de escocia
hasta finales del siglo XVIII.
La capilla de Rosslyn se halla a 16 Km de Edimburgo. Fue erigida entre
1440 y 1490 por William Saint Clair y sus paredes y columnas parecen
esconder un conocimiento ancestral transmitido a través de
generaciones. La relación entre los templarios y Rosslyn se remontaría
a los tiempos de la primera cruzada. Henry Saint Clair participó en
ella junto al fundador del Temple Hugues de Payns, casado con su
sobrina Catherine. A su regreso recibirá el título de barón. Aunque su
nombre no figura entre los nueve fundadores de la Orden del Temple, es
evidente que ambos mantenían estrechos vínculos.
La hipótesis de Knight y Lomas plantea que William Saint Clair,
conocedor de que los manuscritos supuestamente recuperados por los
templarios en el Templo de Salomón habían sido guardados en Escocia,
construyó Rosslyn para custodiarlos y establecer una Nueva Jerusalén.
Esto, naturalmente, supone admitir que los templarios no viajaron a
Tierra Santa para defender a los peregrinos sino con un propósito más
bien arqueológico. Por esa razón, nueve hombres (como los que hallaron
el cuerpo de Hiram) permanecieron nueve años encerrados entre sus
muros. Muchos expertos han reparado en la persistencia de esta clave
numérica: el 9. Resulta que la novena letra del alfabeto hebreo es la
Tav (la Tau griega). Esta letra, representada por el noveno sefiroth
cabalístico (Yesod o Fundación) se relaciona con la serpiente y el
secreto de la sabiduría. Pero es que, además, la marca de la tau era
la que los cainitas llevaban sobre la frente cuando Moisés se encontró
con ellos. En la capilla de Rosslyn, curiosamente, los catorce pilares
han sido dispuestos de tal manera que los ocho del lado este trazan la
forma de una triple Tau. Sospecho que Hugues de Payns y sus ocho
freires fundadores ignoraban los códigos y el significado de lo
hallado en el Templo y, por ello, tuvieron que recurrir a la ayuda de
cabalistas judíos y sabios islámicos, a través de su protector san
Bernardo de Claraval, el reformador del Císter.
Dos siglos después la simbología había sido desvelada y puesto a salvo
en la capilla de Rosslyn. Este santuario sería por tanto una evocación
del templo de Salomón, con torres y un enorme techo central de forma
curva sostenido por arcos. Una reconstrucción del templo que estaría
adornada con simbolismo nazareo (secta religiosa contemporánea a Jesús
cuya etimología viene de Custodio o Conservador) y templario
encaminado a dar cobijo al «secreto».
Cuando las logias escocesas decidieron elegir una Gran Logia para su
administración, convinieron que sir William Sinclair (descendiente
directo por línea paterna del constructor de la capilla) ocupara el
cargo vitalicio de gran maestre.
El retorno de la Antigua Alianza
En seguida surgieron desacuerdos en el seno de la masonería inglesa.
Tras el establecimiento de la Gran Logia de Londres se formaron dos
grupos: los «antiguos» y los «modernos». A estos últimos les
preocupaba que los antiguos hubieran decidido preservar el patrimonio
jacobita (Partidario del derecho divino de los monarcas. Ver próximo
artículo) y la amenaza que ello suponía para la casa Hannover, de
corte protestante.
Los jacobitas veían en la leyenda de Hiram, en el tercer grado de su
rito, una alegoría sobre el asesinato de Carlos I Estuardo, como si
los símbolos hubieran sido tomados de la conjura que tramaron los
partidarios de este rey para vengar su muerte y colocar en el trono a
su hijo. Aunque, según refiere Gerard de Nerval, una versión muy
similar de la leyenda de la muerte de Hiram se escuchaba en los cafés
de Estambul en forma de cuentos.
Esto abre un serio interrogante acerca del origen de la ceremonia más
importante de la francmasonería, aunque tal vez la fuente original del
grado de maestro resida en las abadías pues, como nos aclaró Callaey,
existe una llamativa semejanza entre esta ceremonia de exaltación y
los votos del monje benedictino en su última etapa de ordenación. Esto
significaría un retorno a la Antigua Alianza con los católicos
jacobitas, quienes introdujeron muchos elementos centrales de los
rituales con base templaria y explicaría la abundante presencia de
eclesiásticos en la francmasonería del siglo XVIII
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