miércoles, 18 de mayo de 2011
PITAGORAS
BIOGRAFÍAS
Pitágoras
Por J. Ramón Sordo
“Pitágoras fue el más célebre de los filósofos místicos. Nació en la isla de Samos, cerca del año 586 A.C. [muriendo cerca de cien años después]. Por lo que parece, viajó por todo el mundo y retiró su filosofía de los diversos sistemas de que tuvo conocimiento. Así, estudió la ciencia esotérica con los brahmanes de la India, y la astronomía y la astrología en Caldea y en Egipto. Incluso hoy en día es conocido en el primero de los países citados por el nombre de Yavanâchârya (“el maestro jonio”). Después de su regreso, se instaló en Crotona, en la Magna Grecia, donde estableció una escuela [escuela itálica], a la cual pronto acudirían todas las mejores inteligencias de los centros civilizados. Su padre, un tal Mnesarco de Samos, era hombre instruido y de noble cuna, Pitágoras fue el primero en enseñar el sistema heliocéntrico y era el sabio más versado en geometría de su siglo. Creó también la palabra “filósofo”, compuesta por dos términos que significan “amante de la sabiduría” (philo-sophos). Como el mayor matemático, geómetra y astrónomo de la Antigüedad histórica, bien como el más eminente de los metafísicos y sabios, Pitágoras adquirió fama inmortal. Enseñó también la doctrina de la reencarnación, tal como era profesada en la India, y muchas otras cosas de la Sabiduría Secreta” (H.P.Blavatsky, Glosario Teosófico)
“Pitágoras obtuvo su conocimiento en la India (donde hasta hoy es mencionado en los antiguos manuscritos bajo el nombre de Yavâchârya, el “maestro griego”) (Blavatsky Collected Writings, XI, 229, a partir de ahora, los diferentes volúmenes serán precedidos por las iniciales CW). “Por otro lado, encontramos en un escrito de Alejandro Polyhistor que Pitágoras (que vivió cerca del año 600 A.C.) fue discípulo de Nazaratus el sirio (los escritores griegos llaman frecuentemente a Zoroastro el Nazaratus sirio); Diogenes Laercio afirma que el filósofo de Samos fue iniciado en los misterios “por los Magos Caldeos” (CW, III, 451-452)
“Jámblico nos informa que Pitágoras “fue iniciado en los misterios de Biblos y Tiro, en las ceremonias sagradas de los sirios, y en los misterios de los fenicios, dado que Pitágoras”, añade, “también pasó veintidós años en los âditya de los templos de Egipto, asociado con los magos de Babilonia, y fue introducido por estos en su venerable conocimiento, no es de extrañar, pues, que haya sido proficiente en magia o teurgia, y, por tanto, que haya sido capaz de realizar cosas que sobrepasan el poder meramente humano y que parecen ser perfectamente increíbles para el vulgo” (Jámblico, Vida de Pitágoras)” (CW, XIV, 274n).
“Lo que Orfeo dice en alegorías ocultas, Pitágoras lo aprendió cuando fue iniciado en los misterios Órficos; y Platón recibió después un perfecto conocimiento de ellos a partir de los “escritos Órficos y Pitagóricos (New Platonism, 18) (CW, XIV, 308) “De los libros de Thot (Hermes)... tanto Pitágoras como Platón derivaron su conocimiento y mucha de su filosofía” (CW, XIV, 39).
“Aquello que es conocido por los Sacerdotes de Egipto y por los antiguos Brahmanes, tal como está corroborado por todos los clásicos antiguos y por los escritores históricos, nos permite creer en aquello que solamente es tradicional en la opinión de los escépticos. ¿De dónde proviene el maravilloso conocimiento de los Sacerdotes egipcios en todos los campos de la Ciencia, a menos que lo hayan obtenido de una fuente aún más antigua? Las célebres “Cuatro“ sedes del saber en el antiguo Egipto presentan más certeza histórica que los comienzos de la Inglaterra histórica. Fue en el gran santuario Tebano donde Pitágoras, después de llegar de la India, estudió la Ciencia de los números ocultos. Fue en Menfis donde Orfeo popularizó su demasiada abstrusa metafísica Hindú, para uso de la Magna Grecia; y, desde allí, Tales, y mucho tiempo después Demócrito, obtuvieron todo lo que sabían. Es a Saís al que se le debe conceder todo el mérito de la maravillosa legislación y el arte de gobernar los pueblos, difundido por sus sacerdotes a Licurgo y Solón, los cuales continuaron siendo objeto de admiración por las generaciones futuras. Y si Platón y Eudoxo nunca hubiesen rendido culto en el Santuario de Heliópolis, lo más probable es que el primero no hubiese llegado nunca a asombrar a las generaciones futuras con su ética y el segundo con su maravilloso conocimiento de las matemáticas” (CW, XIV, 253-254).
“Los símbolos de Pitágoras requieren un arduo estudio. Esos símbolos son numerosos y, para siquiera comprender la esencia general de las doctrinas abstrusas de su simbología, son necesarios años de estudio. Sus principales figuras son el Cuadrado (la Tetraktys), el triángulo equilátero, el punto dentro del círculo, el cubo, el triángulo triple y, finalmente, la cuadragésimo séptima proposición de los Elementos de Euclides, que fue enunciada por Pitágoras. Pero, con esta excepción, él no dio origen a ninguno de los símbolos anteriores, como algunos creen. Estos eran bien conocidos milenios antes de su tiempo, en la India, de donde fueron traídos por el sabio Samio, no como una especulación, sino como una ciencia demostrada...” (CW, XIV, 95).
“Él cultivó la filosofía, cuya esfera de acción es liberar la mente implantada dentro de nosotros, de los impedimentos y cadenas con los cuales está confinada, sin cuya liberación nadie podrá aprender nada con fundamento o verdad, o darse cuenta de lo defectuoso del funcionamiento de los sentidos... es esta la razón por la que él usa tanto las disciplinas y las especulaciones matemáticas que ocupan una posición intermedia entre los reinos físico e incorpóreo (The Pythagorean Sourcebook, etc, páginas 132-135).”
“Las doctrinas Budistas nunca pueden ser mejor comprendidas que cuando se estudia la filosofía Pitagórica - su fiel reflejo -, ya que proceden de esta fuente (las filosofías antiguas), del mismo modo que las religiones Brahmánica y el Cristianismo primitivo... La verdadera comprensión de toda la doctrina del aparentemente intrincado sistema Budista sólo puede ser alcanzada si se procede estrictamente de acuerdo con el método pitagórico y platónico: de lo universal a lo particular. Su clave reside en las refinadas y místicas doctrinas del influjo espiritual y de la vida divina. Buda dice: “Aquel que no conoce y vivencia mi Ley, y muere en esa situación, debe volver a la Tierra, hasta que se torne un Samâna (asceta) perfecto. Para alcanzar ese estado, debe destruir dentro de sí la trinidad de Maya. Debe extinguir sus pasiones, unirse e identificarse con la Ley (las enseñanzas de la Doctrina Secreta), y comprender la religión de la aniquilación (Isis sin Velo, I, 289)”. No, no es en la letra muerta de la literatura budista donde los eruditos pueden esperar encontrar alguna vez la verdadera resolución de sus sutilezas metafísicas. De toda la antigüedad, únicamente los Pitagóricos las entendieron perfectamente, y es en las incomprensibles (para los Orientalistas comunes y para los materialistas) abstracciones del Budismo donde Pitágoras basó las principales doctrinas de su filosofía” (CW, XIV, 419)
“La teoría cosmológica de los números, que Pitágoras aprendió de los Hierofantes egipcios, es la única capaz de conciliar la materia y el espíritu, y hacer que cada uno demuestre al otro matemáticamente. Las combinaciones esotéricas de los números sagrados del universo resuelven el gran problema y explican la teoría de la irradiación y el ciclo de las emanaciones. Los órdenes inferiores proceden de los espiritualmente superiores y evolucionan en progresiva ascensión hasta que, llegados al punto máximo de conversión, son reabsorbidas en el Infinito” (Isis, I, 67).
“La verdadera Magia, en la teurgia de Jámblico, es a su vez idéntica a la gnosis de Pitágoras, la ciencia de las cosas que son; y al éxtasis divino de los Filaleteos, ‘los amantes de la Verdad’” (CW, XI, 220).
“A Pitágoras se le debe el término filosofía y filósofo – los amantes de la ciencia o de la sabiduría... así como el de gnosis, ‘o conocimiento de las cosas que son’, o de la esencia escondida debajo de la apariencia exterior. Bajo ese nombre, tan noble y concreto en su definición, todos los maestros de la antigüedad designaron el compendio de conocimientos humanos y divinos” (CW, XI, 220)
“Según nos informa Porfirio en su Vida de Pitágoras (Gutthrie páginas 126-127 vide infra), cuando Pitágoras llegó a Italia y se detuvo en Crotona, atrajo una gran audiencia en torno a sí, y entre las cosas que les dijo, ‘les enseñó que el alma es inmortal y que después de la muerte migra a otros cuerpos animados. Después de ciertos períodos específicos, dijo, el mismo acontecimiento sucede de nuevo, ya que nada es completamente nuevo; todos los seres animados son hermanos, y les enseñó que debían considerarse todos como miembros de una única familia. Pitágoras fue el primero en introducir estas enseñanzas en Grecia (la Reencarnación y la Fraternidad Universal). Pitágoras enseñó que sólo la mente (sublimada) ve y escucha, mientras que el resto está ciego y sordo. La mente purificada debe aplicarse al descubrimiento de cosas beneficiosas, lo cual puede lograrse por medio de determinadas artes, que gradualmente la inducen a la contemplación de las cosas eternas e incorpóreas que nunca cambian. Este método de percepción debe iniciarse desde la consideración de las cosas más pequeñas, para que ningún cambio agite la mente y esta se distraiga por falta de continuidad en el tema.
Es por esta razón por la que Pitágoras usa tanto las disciplinas matemáticas y las especulaciones, que ocupan una posición intermedia entre los reinos físico e incorpóreo, en virtud de que, a semejanza de los cuerpos, tienen una triple dimensión y, sin embargo, participan de la impasibilidad de los incorpóreos. (Él usó estas disciplinas) como grado de preparación para la contemplación de las cosas realmente existentes, por medio de un principio artístico, desviando los ojos de la mente de las cosas corpóreas – cuya forma y estado nunca permanecen en la misma condición – incluso un deseo por el verdadero alimento (espiritual). Por tanto, por medio de estas ciencias matemáticas, Pitágoras hizo verdaderamente felices a los hombres, mediante esta introducción artística de cosas verdaderamente existentes” (Guthrie, páginas 132-133). Lo que antecede son apenas fragmentos de lo que dice Porfirio acerca de la filosofía de Pitágoras. Vide Guthrie).
La Fraternidad Pitagórica
“En cuanto al origen del Instituto (Pitagórico), la tradición nos dice únicamente que hasta la LXII Olimpiada (530 A.C.), o un poco después, Pitágoras fue a Crotona con numerosos discípulos que lo acompañaron desde Samos, y comenzó a hablar en público de tal manera que pronto se granjeó la simpatía de los oyentes, que venían en gran número a escuchar sus inspiradas palabras; les enseñó verdades que nunca habían sido escuchadas en aquellas regiones y de boca de un hombre como él. Fue recibido con gran deferencia tanto por el pueblo como por el partido aristocrático que entonces detentaba las riendas del gobierno, y tal fue el entusiasmo despertado por sus enseñanzas que sus admiradores erigieron un magnífico edificio en mármol blanco – denominado homakoeion, o auditorio público -, en el cual podría proclamar convenientemente sus doctrinas y les permitía vivir bajo su guía... Su autoridad creció de tal manera que pronto ostentó una verdadera influencia moral en la ciudad, que rápidamente se propagó hacia el exterior, hasta los vecinos distritos de la Magna Grecia, Sicilia, Sybaris, Tarento, Rhegio, Catania, Himera y Agrigento.
Desde las colonias griegas y desde las tribus italianas de Lucani, Peucetil, Mesapii e incluso de las aldeas romanas, acudían a él discípulos de ambos sexos, y lo tomaban como maestro los legisladores más célebres de esos lugares, Zauleco, Carondas, Numa, y otros. Con su intermediación se pudo restaurar el orden, la libertad, las costumbres y las leyes (The Pythagorean Sodality of Crotona, por Alberto Granola, Spirit of the Sun Publications, Santa Fe, New Mexico, 1997, páginas 4-5, extractos).
“Porfirio relata que más de dos mil ciudadanos con sus esposas y familias se reunían en el Homakoeion, vivían en comunidad de bienes y regulaban sus vidas por las leyes que les dio el filósofo, a quien veneraban como a un Dios.
Fue así como se formó la Fraternidad, a la que tenía acceso todo hombre o mujer de bien; y a esta familia filosófica del Maestro le fueron dadas las mismas reglas que él había visto en las escuelas de Oriente y de Egipto, en las cuales, como ya se ha referido, él adquirió el conocimiento de los Misterios.
El instituto llegó a ser al mismo tiempo un colegio de educación, una academia científica y una pequeña ciudad modelo, bajo la dirección de un gran iniciado. Y fue por medio de la teoría acompañada de la práctica, y por la unión de la ciencia y el arte, que gradualmente se alcanzó esa ciencia de las ciencias y esa armonía del alma y del intelecto con el universo, las cuales los Pitagóricos consideraban que eran los arcanos de la filosofía y de la religión. (Ibid. p. 8)
“En realidad, su meta era la elevación de sus discípulos en espíritu y acción, ya sea inspirándoles cultura general y conocimiento, ya sea haciéndoles practicar la disciplina más rigurosa de la mente y de las pasiones...” (Ibid. p. 12)
“...el sabio de Samos se propuso reformar a los hombres desde el interior, y con ello necesariamente modificar las condiciones exteriores de la vida individual y social. Una vez que deseó construir religión fundada en un sentimiento interior y no en prácticas externas de adoración, las cuales, no habiendo una consciencia con la que se correspondiesen, se convertían en meras supersticiones y vacíos formalismos dogmáticos, fue completamente natural que la nueva intuición despertase en medio de los elementos reaccionarios y conservadores de la sociedad de Crotona y la Italiana y, sobre todo, la cólera de la ignorante aristocracia, que estaba excluida por su deficiencia intelectual y moral, del mismo modo que los sacerdotes, que se vieron privados de influencia sobre la mayor parte – y la mejor – de la juventud. Las calumnias que ellos supieron difundir con el arte que parece ser su privilegio, encontraron crédito, como siempre, en el vulgo, y pronto fueron animados por otros que vieron igualmente amenazados sus intereses particulares” (Ibid. 13-14).
“Por otro lado, está debidamente documentado que cierto aristócrata extremadamente ignorante de nombre Cylon, el cual, debido a su ignorancia e ineptitud, no pudo obtener la admisión en la Fraternidad interna, lleno de rabia y malicia, comenzó a agitar a los descontentos... logrando un decreto de proscripción por el cual se expulsaba a Pitágoras. Este, después de haber obtenido asilo en Caulonia y Locris, fue recibido finalmente en Metaponto, donde murió poco después. Se estableció entonces una feroz persecución contra los Pitagóricos: unos fueron asesinados y otros desterrados, convirtiéndose en fugitivos en las comarcas vecinas.
En estas condiciones, la vida en la Fraternidad fue extremadamente corta, no habiendo durado más de cuarenta años; con todo, la eficacia de las enseñanzas Pitagóricas duró muchos siglos. Su llama nunca se extinguió y, por si acaso, fue rigurosamente preservada y transmitida de generación en generación por los elegidos, a los cuales fue confiada, por grados, el contenido sagrado; de tal forma que los cimientos de la doctrina esotérica se mantuvieran, y en todas las sucesivas épocas fue conocida en mayor o menor grado.” (Ibid. pp. 14-15)
“Había dos tipos de adeptos en la Fraternidad: los que eran admitidos a un grado de iniciación (discípulos genuinos o familiares) y los que eran novicios (o neófitos) o simplemente oyentes (acustici o pythagoristae); a los primeros, divididos en varias clases... y a los discípulos directos del Maestro, se les administraban enseñanzas secretas o esotéricas; los otros apenas podían comparecer en las conferencias exotéricas de carácter esencialmente moral” (Ibid. p. 16) “En lo que respecta a las enseñanzas... eran dobles y, para ser admitido en la parte cerrada o secreta, era necesario haber comprobado, durante varios años, que el candidato estaba presto a recibir y, por tanto, tenía aptitudes. Aquel que no pudiese dar tal garantía, podía seguir instruyéndose en las escuelas comunes o exotéricas en una enseñanza desprovista de todo el simbolismo pero de carácter esencialmente moral” (Ibid. p. 24).
La Sucesión Pitagórica
Según la Vida de Pitágoras escrita por Jámblico: “El sucesor reconocido de Pitágoras fue Aristeu, el hijo del crotoniense Damoflón, el cual fue contemporáneo de Pitágoras, y vivió siete generaciones antes de Platón. Siendo especialmente dotado en las doctrinas pitagóricas, continuó su escuela, instruyendo a los “hijos de Pitágoras” y casándose con su esposa Theano (no debe olvidarse que Pitágoras, siendo un alto iniciado, no si casó ni tuvo hijos. A los discípulos del grupo esotérico de Pitágoras se les llamaba los discípulos genuinos o familiares. De ahí que se hable de “hijos” o de “esposa”. Ver: Laercio). Se dice que Pitágoras enseñó en su escuela durante 39 años y que vivió un siglo. Cuando envejeció, Aristeu entregó la escuela al hijo (discípulo) de Pitágoras llamado Mnesarco. A este le sucedió Bulagoras, en cuya época Crotona fue saqueada. Después de la guerra, Gartydas el crotoniense, que había estado ausente de viaje, regresó y tomó para sí la dirección de la escuela; pero, debido a la tristeza que le produjo la calamidad en que se encontraba su país, murió prematuramente... Posteriormente, Aresas Lucano, a quien habían salvado ciertos extranjeros, tomó a su cargo la escuela, y a él acudió Diodoro Aspendio, que apenas fue recibido por culpa de el entonces pequeño número de verdaderos Pitagóricos (genuinos).
Clinias y Filolau estaban en Heraclea; Teórides y Euryto en Mataponto; y en Tarento estaba Arquitas. También se dice que Epicarmo fue uno de los oyentes extranjeros, no perteneciendo a la escuela; no obstante, habiendo llegado a Siracusa; evitó filosofar en público debido a la tiranía de Hiero. Aún así, escribió los puntos de vista pitagóricos en verso y publicó los preceptos pitagóricos ocultos en sus comedias. Es probable que la mayoría de los pitagóricos hayan sido anónimos y hayan permanecido desconocidos” (Pythagorean Sourcebook, Op. Cit. p. 120)
“Entre los Pitagóricos de la escuela primitiva o de las primeras generaciones, habiendo pertenecido a los discípulos o familiares (es decir, al grupo esotérico) o a los aucustici (oyentes exotéricos), Jámblico menciona 280” (Ibid, pp 121-122). Diógenes Laercio informa sobre seis: Empédocles, Epicarmo, Arquitas, Alcmeón, Hipaso y Filolau.
“Aquellos que provinieron de esta escuela, no sólo los Pitagóricos más antiguos, sino también aquellos que, durante la vejez de Pitágoras, eran aún jóvenes, como Filolau y Euryto, Carondas y Zaleuco, Brysson y Arquitas el viejo, Aristeu, Lysis y Empédocles, Zalmoxys y Epiménides, Mino y Leucipo, Alcmaeon e Hippaso, y Tymáridas, constituyeron, en aquella época, una multitud de sabios, incomparablemente excelentes. Todos ellos adoptaron este modo de enseñanza (los símbolos pitagóricos), en sus conversaciones, comentarios y anotaciones. Igualmente sus escritos y todos los libros que publicaron, la mayoría de los cuales han llegado a nuestros días (es decir, desde los días de Jámblico, cerca del 250-330 D.C.), no fueron compuestos en dicción popular o vulgar, o en el modo usual de los otros escritores para poder ser inmediatamente comprendidos: fueron presentados en una forma que no era fácil de comprender por los lectores, ya que los autores adoptaron la ley de la reserva de Pitágoras, de forma arcana, en la que se ocultaban los misterios divinos a los no iniciados, oscureciendo sus escritos y mutuas conversaciones” (Vida de Pitágoras, por Jámblico, Pythagorean Sourcebook, op. cit. p. 83)
Destrucción y Dispersión de la Fraternidad Pitagórica
“Según Aristógenes de Tarento, Pitágoras llegó a Crotona cerca del año 529 A.C. Su colegio o comunidad de filósofos creció rápidamente y prosperó durante algunos años; pero fue atacado por la plebe instigada por un tal Cylón, a quien, según consta, se le había rechazado la admisión en la Escuela. Los relatos existentes son confusos; sin embargo, parece que este ataque ocurrió cerca del año 500 A.C., no existen datos precisos. Diógenes Laercio da varias versiones. Jámblico, en su Vida de Pitágoras, dice que “Pitágoras enseñó en su Escuela durante 39 años y que vivió un siglo”. Después de la muerte de Pitágoras, la escuela continuó en el extremo sur de Italia (conocida en la antigüedad como Magna Grecia), conservando quizás su influencia hasta mediados del siglo V A.C., cuando probablemente acaeció la destrucción de la ciudad de Metaponto, pereciendo muchos de los Pitagóricos que se habían refugiado en aquella ciudad. “Aquellos Pitagóricos que permanecieron vivos parecen haber emigrado a Grecia, donde establecieron centros en Flios y Tebas. Equécrates partió hacia Flios, Xenófilo hacia Atenas, y los nombres de Lysis y Filolau están asociados con Tebas, siendo allí donde Filolau enseñó a Simmias y a Cebes, que aparecieron como personajes en el Fedón de Platón. Filolau, que nació cerca del año 470 A.C., fue de hecho el primer Pitagórico que puso por escrito las enseñanzas de la Escuela” (Pythagorean Sourcebook, p. 38). “De las obras de Filolau se conservan algunos fragmentos (ver op. cit. pp. 167-176). El único pitagórico (del que hay constancia) que se quedó en el sur de Italia fue Arquitas de Tarento, elegido magistrado supremo de Tarento por siete veces. De este autor se conservaron algunos fragmentos (ver op. cit. pp. 177-201). Arquitas fue alumno de Filolau y amigo de Platón, que lo fue a visitar en el año 388 A.C.” (Ibid. p. 177).
“Platón recibió el pensamiento pitagórico principalmente a través de Filolau y de Arquitas de Tarento. Según Diógenes Laercio, Platón “escribió a Dión, que estaba en Sicilia, para que comprase a Filolau tres libros pitagóricos por el precio de cien minas” (Laercio, op. cit. p. 77). Y por Laercio (Ibid. p. 78) y por el propio Platón en su epístola VII (The Works of Plato, traducida al inglés por Thomas Taylor, Vol. V, pp. 598-627), sabemos que él realizó tres viajes a Sicilia y a la Magna Grecia, donde tuvo contacto directo con la tradición pitagórica esotérica, la cual influyó en gran medida su filosofía. Así, “tal vez fuese adecuado encarar a Platón como el pensador Pitagórico más importante en la historia de occidente” (Pythagorean Sourcebook, op. cit. p. 38).
“Varios de sus discípulos (de Platón) son de un carácter plenamente pitagórico como: las Leyes, o Parménides y el Timeo. ‘Y era práctica de Pitágoras y de sus seguidores, entre los que Platón se atribuyó el nivel más destacado, el ocultar los misterios divinos bajo el velo de símbolos y números, o disimular su sabiduría frente a los arrogantes alardes de los sofistas... Y era usual entre los Pitagóricos, y en Platón, el formar una unión armónica de muchos materiales acerca de un tema, en parte imitando a la naturaleza, en parte en razón de la elegancia y de la gracia (que implica)” (The Cratylus, Phaedo, Parmenides, Timaeus and Critias of Plato, traducción al inglés de Thomas Taylor, Londres, 1793; reimpresión facsimilar de Wizards Bookshelf, Minneapolis, 1976. Introducción a Parménides, por Thomas Taylor, p. 165).
Al introducir el Timeo de Platón, Thomas Taylor (Ibid. p. 249) dice; “El libro del Timeo, con respecto a la naturaleza está compuesto siguiendo el modo pitagórico; y Platón, haciendo derivar de ahí sus materiales, compuso el relato del siguiente diálogo... Y sólo Platón, de todos los fisiólogos, preservó el modo pitagórico en las especulaciones acerca de la Naturaleza”. En fín, en su Introducción a las Leyes, el mismo Thomas Taylor nos dice que “El genio de Platón, al componer estas leyes, es verdaderamente admirable...” ya que “en esta obra, parece haber fusionado de la manera más feliz la filantropía socrática con la elevación intelectual pitagórica” (The Works of Plato, op. cit. Vol. II, pp 3 y 4).
martes, 10 de mayo de 2011
Historia ignorada
La historia oculta de la masonería
Para los historiadores, la masonería nació en 1717 gracias a los
pastores protestantes ingleses James Anderson y J. T. Desaguliers,
pero es lógico que sus ritos y creencias estuvieran inspiradas en
creencias muy anteriores cuyos orígenes siguen en disputa ¿Proceden
acaso de los Antiguos Misterios Paganos, del templo del Rey Salomón,
de los Templarios o de los Masones Operativos de la Edad Media?
En el Museo Británico se conservan dos de los documentos masónicos más
antiguos que se conocen. Parecen remontarse a 1390 y 1450
respectivamente. El primero recibe el nombre de Manuscrito Regius, y
el segundo es llamado Manuscrito Matthew Cooke. Tiene dos partes,
conocidas como «la Historia» y «los Cargos Antiguos», que formaban
parte de las Regulaciones generales masónicas compiladas en 1720, y
que James Anderson utilizó también como material de referencia en sus
Constituciones tres años antes. En el mejor de los casos, entonces,
las primeras menciones masónicas datan del siglo XIV. ¿Es esa la
antigüedad de la poderosa sociedad o existe un origen anterior, mítico
y misterioso?
Estética salomónica
El ocultista pionero Eliphas Levi nos recuerda una leyenda masónica
que relaciona los orígenes de esta institución con un manuscrito del
siglo VIII sobre la construcción del templo de Salomón y su arquitecto
Hiram Abiff.
El mítico templo era un auténtico tratado de geometría que reproducía
en sus estructuras simbólicas los diferentes planos o niveles del
cosmos. Su verdadera importancia es más bien alegórica. Así, esta
construcción no sería más que una reproducción de la bóveda celeste
donde el Sol es el rey y el altar apuntaría a la constelación de
Aries. Algo que queda patente en la Epístola a los hebreos (9,24)
cuando dice que «no entró Cristo en un santuario hecho por la mano del
hombre, imagen del verdadero, sino en el cielo mismo».
Aún hoy, la decoración de las logias masónicas representa en su techo
la bóveda celeste y, a su alrededor están los signos del zodiaco.
La Biblia dice que para la construcción del templo de Jerusalén fueron
necesarios 153.300 trabajadores, divididos jerárquicamente en tres
grados: 70.000 aprendices, 80.000 oficiales o compañeros y 3.300
maestros. Asegura la leyenda que se reconocían entre sí por medio de
palabras secretas, señales y toques, diferentes para cada categoría.
Según la tradición masónica, Hiram completó la construcción del templo
en siete años y, después, fue asesinado a golpes. «Cuando la
construcción del templo de Salomón llegaba a su fin –explica a AÑO/
CERO el erudito masónico Mario Pérez Ruiz–, tres compañeros desearon
conocer los secretos de los maestros y así disfrutar de ese grado y al
no conocer la palabra secreta asesinaron a golpes a Hiram Abiff».
Los asesinos enterraron el cadáver lejos de Jerusalén y Salomón ordenó
que nueve maestros lo buscaran… Y lo hallaron. Para reconocer el lugar
donde fue sepultado plantaron allí una rama de acacia.
El relato de la muerte de Hiram guarda relación simbólica con Osiris.
El arquitecto del templo de los judíos fue asesinado en la puerta
occidental del templo, que es donde se pone el Sol. En la mitología
egipcia los Salones del Amenti, regidos por el dios de la muerte y la
reencarnación, están situados, también, en Occidente. Osiris se
levanta de entre los muertos en el norte, que en la mitología egipcia
está regida por Leo. Hiram Abiff es levantado de entre los muertos
mediante un estrechamiento de manos masónico denominado la presa del
león. Y, finalmente, tanto en los misterios masónicos como en los
egipcios el «dios» que ha resucitado es enterrado en una colina y
señalizado con un árbol.
La entrada al templo de Salomón estaba flanqueada por dos columnas
conocidas con los nombres de Jachim y Boaz, a la guisa de los
obeliscos que hacían lo propio en los templos egipcios. Las
inscripciones que se hallan, por ejemplo, en el obelisco egipcio
situado en el Central Park de Nueva York, mostrarían símbolos
masónicos de tiempos de Tutmosis III. Lawrence Gardner asegura que
Hiram Abiff retomó la costumbre egipcia de situar pilares a la entrada
de los templos cuando situó Jachin y Boaz en el Templo de Salomón. Su
interior era hueco y estaba pensado así para salvaguardar los archivos
y los textos de las normas de los constructores.
Para los historiadores masónicos no es coincidencia: «Toda luz viene
de Oriente; toda iniciación de Egipto», dejó escrito Cagliostro,
fundador del Rito de la masonería egipcia. Hoy, el recuerdo de la luz
de Egipto sigue fascinando a muchos masones, que no dejan de soñar con
el esplendor y la perfección de las pirámides o los templos de la
civilización faraónica (ver recuadro).
Sufíes, sabeos y templarios
No obstante –nos recuerda Gérard Galtier– para la mayoría de
francmasones, la Tierra Santa es la de Jerusalén y lo que convendría
reconstruir es el templo de esa ciudad.
Y es que, en efecto, Salomón guarda la llave que permite abrir los
secretos de la moderna francmasonería. Ya desde el siglo XVIII, varios
autores sugirieron que el origen de la masonería había que buscarlo en
los templarios. Según las teorías de estos estudiosos, esta
fraternidad de monjes-guerreros fundada en 1118 habría permanecido
encerrada nueve años en el templo de los judíos y tras una rápida
expansión por Europa habría sido responsable de la financiación de
buena parte de las catedrales góticas. ¿Acaso el movimiento masónico
tomó su iniciativa de los templarios?
El célebre escritor Robert Graves deduce que la masonería fue
introducida en Europa, y concretamente en Escocia, bajo la apariencia
de un gremio de artesanos gracias a los templarios. Esta Orden habría
recuperado en Tierra Santa abundante documentación islámica y judía,
de ahí que algunos especialistas perciban en las enseñanzas masónicas
cierta influencia sufí.
El traductor de las Mil y una noches, Sir Richard Burton, definió al
sufismo como el pariente oriental de la masonería. Más lejos llega
Idries Shah al concluir que «Boaz» y Salomón no fueron israelitas sino
arquitectos sufíes. De hecho, Salomón es venerado por el Islam como un
profeta. Pero Jorge Blaschke y Santiago Río aclaran que los sufíes no
son su origen primigenio. Las raíces de sus enseñanzas radicarían en
los sabeos, una secta de artesanos y comerciantes que profesaban una
doctrina helenística atribuida a Hermes y que se concentraron en la
Alta Mesopotamia y al noroeste de Alepo entre los siglos IX y XI.
Practicaban un comunismo iniciático que propagaba un ritual de
compañerismo, un entendimiento entre cuerpos de un mismo oficio.
En su opinión, la reforma de la masonería en Londres, a principios del
siglo XVIII, cometió un grave error, ya que confundió con hebreos los
términos sarracenos, desvirtuando la antigua tradición sufí.
Constructores de catedrales
Pero la mayoría de historiadores coincide en que los inicios de la
masonería radican en las corporaciones de oficios y constructores
medievales.
«Hablamos de hombres que interpretaban en un sentido muy sutil esa
pedagogía de masas que la Iglesia pone en marcha en función de la
piedra, ese arte ilustrativo que trataba de transmitirle al pueblo lo
que no podía leer porque no sabía», explica Eduardo R. Callaey.
«Cuando ves un pórtico románico es un libro que trata de transmitir
cosas. A lo largo de la historia de la humanidad construir siempre ha
tenido una connotación sagrada porque lo que se erigían eran templos.
Lo demás no ha perdurado. Lo que ha llegado hasta nosotros es la
piedra de los zigurats, las pirámides, los grandes templos de Oriente.
Por lo tanto, siempre hubo una connotación sagrada en el oficio de
construir».
En su opinión, esa responsabilidad recayó durante el Medievo en las
órdenes monásticas y, en especial, en la benedictina (ver entrevista).
En efecto, bajo la dirección de los grandes abades aparecerán las
primeras expresiones de una arquitectura renovada que mostrará sus
posibilidades en el arte románico y estallará con toda su potencia en
el gótico. Bajo su protección encontraremos también las primeras
evidencias de una masonería primitiva, fruto de la renovación del
conocimiento y las técnicas de la construcción.
Los benedictinos primero y más tarde los cistercienses, dominarán la
construcción. Cada convento es una colonia donde, además de dedicarse
a la práctica de la piedad, se estudian las lenguas, la teología y la
filosofía, se ocupan activamente de la agricultura y se ejercitan y
enseñan todos los oficios… Los abades trazan los planos y dirigen su
construcción, estableciendo de este modo una corriente de inteligencia
entre los conventos.
Si Callaey está en lo cierto, la espiritualidad de Occidente subyace
en las raíces del esoterismo judeocristiano y el trabajo iniciático de
refinar la «piedra bruta» –símbolo central de la doctrina masónica–
encuentra un antecedente directo en la acción de «cuadrar la piedra»,
planteada por los grandes maestros benedictinos como alegoría de la
construcción del «hombre espiritual», apto para la tarea de erigir
sobre la Tierra el reflejo de la Ciudad Sagrada, la mítica Jerusalén
Celeste. Esto no deja de ser una tremenda ironía a la luz de la
actitud combativa que siempre ha demostrado la Iglesia frente a la
masonería.
Para demostrarlo, el historiador argentino esgrime fuentes de época y
escritos históricos, como un manuscrito de Wilhelm de Hirsau, uno de
los más grandes abades constructores de la Orden Benedictina en el
siglo XI, en el que se hace referencia al mandil y a su profunda
significación.
Xavier Casinos asegura que los masones gozaban además de privilegios
que no tenían otros artesanos, como la libertad o franquicia de
trasladarse de un lugar a otro para realizar su trabajo. Por eso se
les llamaba también francmasones o freemasons (albañiles libres). Esa
movilidad, en cualquier caso, dio lugar a los signos secretos, con
objeto de reconocerse entre sí cuando acudían a una nueva
construcción.
Durante el siglo XVII tuvo lugar el proceso de transición que llevó a
los gremios de constructores a convertirse en la masonería tal y como
la conocemos en la actualidad. Es decir, abandonó su operatividad para
transformarse en una sociedad filosófica que mantenía buena parte de
la simbología medieval, como el compás, la escuadra, el mandil y la
plomada. Con el nacimiento de esta masonería especulativa sus miembros
ya no deberán construir una catedral, sino una humanidad mejor a
partir del templo interior de cada masón.
El caballero Ramsay introdujo la «hipótesis templaria», más adecuada
para la nobleza del siglo XVIII que el carácter burgués de las
Corporaciones de Oficio, y dio nacimiento al sistema conocido hoy como
Rito Escocés Antiguo y Aceptado. A partir de entonces, se introdujo un
nuevo elemento de controversia entre quienes abrazaron el origen
templario de la institución como fundamento histórico de la Orden y
quienes intentaron sostener su origen en los constructores de
catedrales.
Rosslyn y el secreto de los masones escoceses
Esta discusión, que ya lleva más de dos siglos, se ha visto
incentivada en los últimos años con la aparición de numerosos libros,
tanto históricos como debidos a los defensores de este origen
templario de la Masonería. Muchos creen haber encontrado en la capilla
de Rosslyn el nexo definitivo que uniría el destino de la Orden del
Temple y los maestros canteros.
Según los escritores británicos Christopher Knight y Robert Lomas, el
punto de partida de la francmasonería hay que buscarlo aquí, porque
los miembros de la familia Saint Clair de Rosslyn se convirtieron en
los Grandes Maestres hereditarios de las Artes, Gremios y órdenes de
Escocia y ostentaron el cargo de Maestre de los Masones de escocia
hasta finales del siglo XVIII.
La capilla de Rosslyn se halla a 16 Km de Edimburgo. Fue erigida entre
1440 y 1490 por William Saint Clair y sus paredes y columnas parecen
esconder un conocimiento ancestral transmitido a través de
generaciones. La relación entre los templarios y Rosslyn se remontaría
a los tiempos de la primera cruzada. Henry Saint Clair participó en
ella junto al fundador del Temple Hugues de Payns, casado con su
sobrina Catherine. A su regreso recibirá el título de barón. Aunque su
nombre no figura entre los nueve fundadores de la Orden del Temple, es
evidente que ambos mantenían estrechos vínculos.
La hipótesis de Knight y Lomas plantea que William Saint Clair,
conocedor de que los manuscritos supuestamente recuperados por los
templarios en el Templo de Salomón habían sido guardados en Escocia,
construyó Rosslyn para custodiarlos y establecer una Nueva Jerusalén.
Esto, naturalmente, supone admitir que los templarios no viajaron a
Tierra Santa para defender a los peregrinos sino con un propósito más
bien arqueológico. Por esa razón, nueve hombres (como los que hallaron
el cuerpo de Hiram) permanecieron nueve años encerrados entre sus
muros. Muchos expertos han reparado en la persistencia de esta clave
numérica: el 9. Resulta que la novena letra del alfabeto hebreo es la
Tav (la Tau griega). Esta letra, representada por el noveno sefiroth
cabalístico (Yesod o Fundación) se relaciona con la serpiente y el
secreto de la sabiduría. Pero es que, además, la marca de la tau era
la que los cainitas llevaban sobre la frente cuando Moisés se encontró
con ellos. En la capilla de Rosslyn, curiosamente, los catorce pilares
han sido dispuestos de tal manera que los ocho del lado este trazan la
forma de una triple Tau. Sospecho que Hugues de Payns y sus ocho
freires fundadores ignoraban los códigos y el significado de lo
hallado en el Templo y, por ello, tuvieron que recurrir a la ayuda de
cabalistas judíos y sabios islámicos, a través de su protector san
Bernardo de Claraval, el reformador del Císter.
Dos siglos después la simbología había sido desvelada y puesto a salvo
en la capilla de Rosslyn. Este santuario sería por tanto una evocación
del templo de Salomón, con torres y un enorme techo central de forma
curva sostenido por arcos. Una reconstrucción del templo que estaría
adornada con simbolismo nazareo (secta religiosa contemporánea a Jesús
cuya etimología viene de Custodio o Conservador) y templario
encaminado a dar cobijo al «secreto».
Cuando las logias escocesas decidieron elegir una Gran Logia para su
administración, convinieron que sir William Sinclair (descendiente
directo por línea paterna del constructor de la capilla) ocupara el
cargo vitalicio de gran maestre.
El retorno de la Antigua Alianza
En seguida surgieron desacuerdos en el seno de la masonería inglesa.
Tras el establecimiento de la Gran Logia de Londres se formaron dos
grupos: los «antiguos» y los «modernos». A estos últimos les
preocupaba que los antiguos hubieran decidido preservar el patrimonio
jacobita (Partidario del derecho divino de los monarcas. Ver próximo
artículo) y la amenaza que ello suponía para la casa Hannover, de
corte protestante.
Los jacobitas veían en la leyenda de Hiram, en el tercer grado de su
rito, una alegoría sobre el asesinato de Carlos I Estuardo, como si
los símbolos hubieran sido tomados de la conjura que tramaron los
partidarios de este rey para vengar su muerte y colocar en el trono a
su hijo. Aunque, según refiere Gerard de Nerval, una versión muy
similar de la leyenda de la muerte de Hiram se escuchaba en los cafés
de Estambul en forma de cuentos.
Esto abre un serio interrogante acerca del origen de la ceremonia más
importante de la francmasonería, aunque tal vez la fuente original del
grado de maestro resida en las abadías pues, como nos aclaró Callaey,
existe una llamativa semejanza entre esta ceremonia de exaltación y
los votos del monje benedictino en su última etapa de ordenación. Esto
significaría un retorno a la Antigua Alianza con los católicos
jacobitas, quienes introdujeron muchos elementos centrales de los
rituales con base templaria y explicaría la abundante presencia de
eclesiásticos en la francmasonería del siglo XVIII
lunes, 2 de mayo de 2011
LA MUSICA Y LA MASONERIA
La música es el arte de producir y combinar sonidos acordes de todos
los elementos de creación sonora: instrumentos, ritmos, sonoridades,
timbres, tonos, organizaciones seriales, melodías, armonías, etc., En
su sentido más primigenio, es el arte de producir y de combinar los
sonidos de una manera tan agradable al oído, que sus modulaciones
conmueven el alma.
En todas las civilizaciones, la música cobra un papel importante en
los actos más relevantes, social o personalmente, donde ejerce un
papel mediador entre lo diferenciado (material) y lo indiferenciado
(la voluntad pura), o entre lo intelectual y lo espiritual. Por ello
cobra especial importancia en las ceremonias rituales, además de por
su capacidad de promover las emociones. La música representa el
equilibrio y orden; es un lenguaje universal.
En la Masonería, la música representa una de las siete artes
liberales, simbolizando la armonía del mundo y especialmente la que
debe existir entre los masones. A través de la belleza de los sonidos
y de la armonía de los ritmos se llega a la sabiduría del silencio. La
música es el arte de organizar los sonidos. Todo arte consiste en
organizar un material de acuerdo con las «Leyes» y un propósito. La
música es, en ella misma y por esencia, una masonería, una
construcción de carácter iniciático. Los elementos que la componen no
son los sonidos, piedras brutas, sino las notas, piedras talladas. Los
tres parámetros que precisa la talla de la piedra, la precisa el
sonido:
La Fuerza, que reside en la densidad.
La Sabiduría, en su «tempo» o longitud.
La Belleza, en su altura o frecuencia.
Las piedras justas y perfectas del edificio musical deben ser
ensambladas: la música es una construcción, una arquitectura, un «arte
real» que nos revela las leyes universales de la «Gran Obra» que
podemos organizar en tres etapas.
El Silencio, vacío necesario antes de la manifestación, es el estado
de aprendizaje. El Sonido, la manifestación, la toma de conciencia, el
despertar del compañero. La Melodía, la organización del sonido por el
maestro.
Se puede encontrar otra analogía en tres etapas, entre el método de
formación del músico y del masón:
El Aprendiz: Estudia la música en sí mismo (canta). Aprende a
descodificar unos símbolos o signos (solfeo) y escoge su/s instrumento/
s. Para ello precisa de un maestro o instructor.
El Compañero: Alcanza la soltura en la interpretación de los signos y
en la utilización de su/s instrumento/s. Colabora con otros compañeros
en el canto y en la interpretación (polifonía, conjuntos
instrumentales). Estudia la historia, los estilos y a los grandes
maestros. En esta etapa el compañero entra en un proceso de auto-
formación.
El Maestro: Su tarea es alcanzar una interpretación personal, una
vivencia que haga posible la transmisión de la obra. El maestro
trabaja en soledad, pero precisa de un aprendiz, del cual aprende todo
lo necesario para alcanzar la auténtica maestría. Con esta relación se
cierra el ciclo.
La música en la Logia esta representada por la Columna de Armonía que
es el conjunto instrumental o reproductor musical destinado a la
ejecución de la música masónica en el curso de las ceremonias
rituales.
En las logias, hasta que en el siglo XVIII empezaron a introducirse
instrumentos de cuerda, trompetas y tambores, sólo se empleaban voces.
La designación de «Columna de Armonía» aparece a finales del reinado
de Luis XV para referirse al conjunto de instrumentos que sonaban en
las ceremonias, que contaba con un máximo de siete instrumentistas: 2
clarinetes, 2 cuernos, 2 fagots y 1 tambor. Luego, la competencia
entre las logias por contar con los más virtuosos instrumentistas
originó que se admitiesen en las mismas músicos, que exentos de
cotización alguna prestaban estos servicios (aunque sólo podían
aspirar al grado de Maestro), y componían obras para las diferentes
ceremonias masónicas (tenidas, banquetes, fúnebres, iniciaciones,
etc.); estos hermanos artistas tenían el mismo derecho al voto que el
resto de los hermanos y en las grandes ceremonias, celebraciones y
banquetes estaban obligados a contribuir con su arte.
La Columna de Armonía tiene como misión aportar un complemento al
ritual, por lo tanto es una música funcional, cuyo valor no depende en
primer lugar de su valor intrínseco, sino de su adecuación al destino
que se le asigna.
Quizá la más alta representación de la música masónica corresponda a
W. A. Mozart, quien fue iniciado como aprendiz masón el 14 de
diciembre de 1784 en la logia La Esperanza Coronada y con este motivo
se interpretó en la logia su cantata «A ti alma del Universo, OH
Sol» (K. 429) en la que el aria del tenor es un himno al sol y a la
luz; cantata doblemente adaptada a la celebración de la gran fiesta
masónica de San Juan del verano (más conocida como del solsticio de
verano) y punto culminante del año masónico; y que encaja igualmente
en la ceremonia de iniciación del primer grado masónico, cuando el
aprendiz, después de haber sufrido las pruebas simbólicas, recibe la
luz.
Agradecido y apasionado por su Logia, compuso para ella los más
notables cantos, en los que no se limitó a expresar de una manera
sencilla y bella el sentido de las palabras, sino que dio a las notas
todo el calor de su fantasía, todas las nobles y levantadas
aspiraciones de un alma conmovida por lo bueno y lo bello y ardiendo
de amor por la humanidad. Con motivo de la ceremonia del paso de su
padre al grado de compañero, puso música a un poema de Joseph Von
Ratschky, «El viaje del compañero» (K 468) para canto y acompañamiento
de piano.
Unos meses antes de acceder al tercer grado de la masonería, asistió
el 11 de febrero de 1785, en la logia vienesa «La verdadera
concordia», a la iniciación masónica de su amigo Joseph Haydn en el
grado de aprendiz, y a quien Mozart, con este motivo, dedicó los «Seis
cuartetos de cuerda».
Poco antes de la doble investidura que Mozart y su padre recibieron el
2 de abril de 1785 como maestros masones en la logia vienesa «La
esperanza coronada», compuso para esta logia dos de sus más
importantes composiciones masónicas: «La alegría masónica, (K 471) y
la «Música fúnebre masónica» (K 477).
En 1786, con motivo de una reorganización de las logias vienesas
ordenada por el emperador José II, Mozart compuso para su logia «La
nueva esperanza coronada» dos cantatas masónicas: «Para la apertura de
la logia» (K 483) y «Para la clausura de la logia» (K 484).
Nos encontramos todavía con tres obras de Mozart ligadas a la
masonería, y en las que descubrimos a Mozart comprometido con la
libertad y con los ideales de la Revolución Francesa, especialmente en
«Vosotros los que honráis al Creador del Universo infinito» (K 619),
que es un mensaje dirigido a la juventud alemana en el momento en que
componía la ópera de la fraternidad universal. Las otras dos
composiciones estrictamente masónicas a las que Mozart puso música
fueron una pequeña cantata masónica, «Elogio de la amistad» (K 623),
fechada en Viena el 15 de noviembre de 1789), y «Enlacemos nuestras
manos» (K 623a) y que se canta constituyendo la cadena de unión.
Su obra póstuma, su canto de cisne, fue la que tituló «Pequeña Cantata
Masónica», cuya audición dio en una tenida de su logia, dirigiendo él
mismo la audición, dos días antes de sentirse atacado por la
enfermedad misteriosa que le condujo al sepulcro.
Resulta emocionante ver a Mozart en el umbral de la muerte,
olvidándose de sí y de su angustia física, cantando la fraternidad
unida en el trabajo, y la presencia de la luz en el ímpetu y en el
calor de la esperanza. Tres semanas más tarde, fallecía.
Una relación de músicos o músicas inspiradas por los ideales masónicos
sería inacabable, pero quizás los más representativos sean: J. Haydn,
I. S. Bach, L. W. Beethoven y F. Liszt.
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